Más de 700 comunicadores se han reunido en Qatar durante el 7º Congreso Internacional organizado por la Federación Mundial de Periodistas Científicos. El corresponsal de SINC Pere Estupinyà estuvo allí y fue testigo de la brecha que separa a los informadores según su realidad social. Mientras que los profesionales de occidente, con más camino a sus espaldas, observan la ciencia de los países emergentes en busca de nuevas historias originales que contar, los periodistas del mundo en desarrollo asumen la responsabilidad de educar y no solo de informar a la población.
Pere Estupinyà – SINC – Asia «¡Esto es la jungla!». Esa era la sensación sobre el futuro del periodismo científico que se respiraba en su 7ª Conferencia Mundial, celebrada del 27 al 29 de junio en Doha (Qatar). Todos coinciden en que, como un meteorito, internet ha desestabilizado el ecosistema de los medios de comunicación. La selección natural es ciega: los grandes dinosaurios pueden quedar relegados a pollos y nadie sabe cuáles de todas las nuevas especies que florecen en época de crisis lograrán colonizar el nicho que abre el nuevo ecosistema. A pesar de eso, 726 periodistas, editores y comunicadores de 87 países se reunieron para intentar vislumbrar el futuro que le espera a la comunicación de la ciencia.
“En realidad, nadie sabe si en 10 años tendremos revistas impresas”, comentaba a SINC Wolfgan Goede, editor de la revista de ciencia alemana FM. Wilson da Silva, editor dela australiana Cosmos, explicaba que las tabletas como el iPad “son al mismo tiempo una gran amenaza y una oportunidad”, y aseguraba que la transición implicará un esfuerzo económico enorme.
Muy en su línea, el popular divulgador británico Ed Yong, autor del blog Not Exactly Rocket Science, lanzó su provocación afirmando que los periodistas tradicionales “son como los osos polares, muy bonitos, pero se van quedando sin hielo y entonces empiezan a llegar los poderosos grizzlies”.
Algunas sesiones se convirtieron en auténticas catarsis. Periodistas con egos hinchados, en busca de reconocimiento tras soportar la presión del trabajo en solitario, discutían el papel de los bloggers en la comunicación dela ciencia. Losmismos debates que en algunos generaban expectativas, dejaban perplejos a los reporteros de países en desarrollo que se sentían ignorados y con discusiones más fundamentales por resolver. Y es que algo que constató el encuentro fue las enormes distancias que separan el estado del periodismo de ciencia en distintas partes del mundo.
Sociedades diferentes, periodismos diferentes
Una de las ideas que se defendieron fue la necesidad de mantener la calidad informativa por encima de todo. En este sentido, la experimentada periodista Cristine Russell defendía ante SINC el principio básico de que “los periodistas no somos amigos de los científicos. No tenemos ninguna obligación de estar de su lado. Y nuestro trabajo no es educar a la población, ni generar vocaciones, ni exigir mayores presupuestos. Nosotros tenemos que informar”.
El criterio de Russell puede considerarse acertado desde el panorama occidental, donde el pastel de la comunicación científica está muy repartido. Pero desde una realidad social diferente, la periodista de Uganda Esther Nakkazi exclamaba a SINC: “¡Claro que mi función es educar cuando estoy informando de la malaria!”.
Son mundos y responsabilidades diferentes. La reportera chilena Andrea Obaid también defendía el papel de la comunicación al posicionarse “a favor de la ciencia y de promover que mi gobierno invierta más en ella para mejorar el bienestar de la población”.
Precisamente, países de Oriente Medio como Arabia Saudí, Dubai y Abu Dabi están promoviendo descomunales inversiones en I+D. Qatar llegará al 2,8% del PIB en inversión en ciencia y tecnología en los próximos años, según anunció en la conferencia.
Esta explosión de la investigación y el desarrollo en países productores de petróleo no pasó desapercibida en el encuentro. Los propios periodistas de estas regiones se exigieron a sí mismos una perspectiva más crítica para abordar esta inversión y dilucidar si en realidad existe una planificación sólida detrás del torrente de millones lanzados ala ciencia. Unacultura de investigación no se construye tan fácilmente como los rascacielos futuristas del skyline de Doha. El asunto preocupa a los reporteros locales e interesa sobremanera a los del mundo desarrollado, que sufren de un mal solo presente en sus países: la competencia.
Interés por la ciencia del mundo en desarrollo
Cuando un periodista ambiental de Zimbabwe como Busani Bafana oye las palabras ‘entretenimiento’ u ‘originalidad’, le suenan a capricho superfluo. “Yo lo que quiero son herramientas para conectar mejor con los científicos y mejorar la calidad de mi trabajo; como la sesión de interpretación de estudios médicos de este congreso”, explicaba Bafana a SINC. Sin embargo, dicha sesión era demasiado fundamental para los estadounidenses participantes.
Un ejemplo: si alguien publica un libro de neurociencia en EE UU la reacción es “¿otro más?”, mientras que si lo hace, por ejemplo, en Centroamérica, se convierte en un referente. En EE UU hay tal cantidad de buenos escritores científicos, que su principal preocupación es desmarcarse del resto buscando historias o ángulos originales.
De aquí nace el enorme interés por África, Oriente Medio y Latinoamérica. Como si la aproximación occidental a los grandes temas –el cambio climático, el universo, la genética– fuera ya cansina, hay una búsqueda creciente hacia la ciencia que emerge fuera del mundo desarrollado.
El peso de la religión
“Queremos establecer lazos con América Latina porque estamos muy cerrados en la ciencia que se produce en Estados Unidos y Europa”, explicaba a SINC Nancy Shute, presidenta de la Asociación Nacional de Escritores Científicos de EE UU. Pero esta predisposición a veces choca con el recelo. “En realidad es un interés falso. Tenemos mucho que ofrecer, pero nos sentimos discriminados. Nos tratan con superioridad, como si no tuviéramos idea de nada”, reclamaba el periodista científico de Bangladesh Mir Lutful Kabir Saadi, mientras defendía que “por ejemplo, la teoría de la evolución no está probada”.
Al celebrarse la conferencia en un país islámico, la cobertura periodística de la evolución era un tema obligado. Cuando en 2010 se presentó el descubrimiento del homínido Ardipithecus ramidus (Ardi), la web en inglés de Al Jazeera lo redactó siguiendo el patrón occidental, pero en la versión árabe lo anunció como “un hallazgo que contradecía la teoría de Darwin”.
Salman Hameed, director del Centro para el Estudio de la Ciencia en Países Islámicos en la Universidad de Hampshire (EE UU), reconoce que en los medios musulmanes la religión tiene un peso fundamental, pero defiende que “la percepción que se tiene desde occidente es errónea. En realidad la confrontación es mucho menor de la que existe en EE UU con el Young Earth creationism, que defiende literalmente que la Tierra fue creada hace 6.000 años, como describe la Biblia”.
Según los datos preliminares de una encuesta que está realizando Hameed, la progresiva mejora en la educación hace que cada vez mucha más gente crea en la teoría de la evolución y la vea compatible con sus creencias religiosas. En su charla explicó que un investigador turco “creía científicamente en la evolución, pero la rechazaba religiosamente”, y que un estudiante de medicina paquistaní “la aceptaba cuando estaba en el hospital, pero la rechazaba al llegar a casa”.
Escasa presencia del español
La conferencia tuvo una pobre representación iberoamericana. Cuatro periodistas mexicanos, cuatro argentinos, tres chilenos, uno de Guatemala, otro de Colombia, seis brasileños y solo dos de España discutieron en una mesa redonda sobre cómo impulsar de una vez el periodismo científico en América Latina y cómo lograr que el idioma no sea una barrera entre periodistas anglosajones e hispanohablantes. Federico Kukso de Muy Interesante Argentina lo tenía claro cuando conversaba con SINC: “Nosotros partimos con ventaja porque conocemos ambos idiomas, pero no lo estamos aprovechando lo suficiente”.
Por ejemplo, las investigaciones en el Amazonas esconden más historias apasionantes que los satélites de la NASA, aunque no llegan al público. Los medios anglosajones son conscientes y empiezan a estar interesados en esta ciencia global, pero América Latina no le está sacando partido. “Necesitamos una especie de Eurekalert latinoamericano”, sugirió el chileno Nicolás Luco en su exposición. Son conversaciones que, sin duda, continuarán dentro de dos años en el 8º Congreso Mundial de Periodismo Científico que se celebrará bajo un foco eminentemente multicultural en Helsinki (Finlandia).
Tomado de: El periodismo científico mira al sur.