Las funciones de la ciencia en el modelo económico cubano (III)

Dr.C Agustín LagePOr: Dr.C Agustín Lage. Director del Centro de Inmunología Molecular

6. La inversión extranjera no es la palanca adecuada para el desarrollo de la Empresa de alta tecnología.

Uno de los rasgos que más sorprende a quienes, en el exterior, escriben sobre la biotecnología cubana, es que esta se desarrolló como una inversión del Estado, sin acudir a la extranjera. Quizás su desarrollo se deba precisamente a eso. En ningún país del mundo, que conozcamos, ha surgido un sector biotecnológico innovador a partir de la inversión proveniente de los países industrializados. Ni China, ni India, ni Brasil —países “emergentes»— han logrado un despegue acelerado de la biotecnología. La primera instalación productiva de anticuerpos monoclonales terapéuticos en China, y la primera en India, fueron empresas mixtas en colaboración con Cuba. La primera fábrica de proteínas recombinantes de Brasil, también.

La iniciativa del “corredor biotecnológico” del gobierno de Malasia, que intentó atraer inversión extranjera en este campo, no logró cristalizar. La estrategia de los parques tecnológicos en China, sin desconocer los innegables logros de ese país, también ha sido criticada, en el sentido de que las empresas multinacionales que invierten transfieren allí la etapa de manufactura masiva de determinados productos, pero retienen en sus países de origen las etapas de investigación científica, desarrollo de productos, y evaluación post-venta, que es donde radica lo más importante de la cadena de valor de las industrias intensivas en conocimiento. La globalización económica del mundo actual ha sido construida por las naciones ricas para su propio beneficio; y las relaciones económicas internacionales prevalecientes en el capitalismo neoliberal, tienen mucho de relación “depredador-presa”.

Las justas relaciones económicas que Cuba construyó conla Unión Soviética y el campo socialista eran un modelo diferente; pero ya no existen. Las que está construyendo con Venezuela en el contexto del ALBA también son un modelo diferente, pero todavía en construcción.

Las fuentes de inversión extranjera directa de los países capitalistas industrializados operan con las reglas de la competencia por la apropiación de la máxima ganancia, y ello implica la retención de los eslabones esenciales de la cadena de valor. El tránsito a una economía basada en el conocimiento ha ido desplazando esos eslabones, desde la manufactura al desarrollo de productos, y de este a la investigación científica, y no serán transferidos por la inversión extranjera.

Los países del Norte que comenzaron el tránsito hacia una economía basada en el conocimiento, lo hicieron internalizando capacidad científica en las industrias que ya tenían, y a partir de las fortalezas financieras y de control de mercados que también tenían. La historia de la industria biotecnológica cubana es exactamente la inversa: construcción de capacidades productivas a partir de las científicas y del capital humano pre-existente. Esa trayectoria retiene en Cuba las fuentes principales de valor agregado. No se puede recorrer basándose en inversión extranjera, lo que no quiere decir que dejemos de utilizarla selectivamente en determinadas operaciones.

Ello explica —adicionalmente al bloqueo extraterritorial norteamericano— la infertilidad de los acercamientos de la industria farmacéutica europea a la biotecnología cubana. La experiencia concreta de múltiples negociaciones indica la incompatibilidad entre el interés de esas empresas en “alquilar” capacidad científica en Cuba o comprar nuestras patentes, y el reclamo cubano de abrir las murallas del proteccionismo y obtener acceso a sus mercados, desde la industria cubana.

7. El enfrentamiento a los monopolios de las empresas multinacionales requiere acuerdos regionales entre gobiernos.

A pesar del discurso neoliberal sobre el libre comercio, la práctica histórica del capitalismo en los países desarrollados ha sido esencialmente proteccionista. El tránsito a una economía basada en el conocimiento refuerza ese proteccionismo en los productos de alto valor agregado. En estos sectores de la economía, esos países y sus empresas han acudido a dos tipos principales de barreras no arancelarias: las de la propiedad intelectual (patentes) y las técnicas. Ambas funcionan como frenos para que el Sur no produzca bienes y servicios de alta tecnología.

En los últimos años, hemos visto debilitarse la barrera de patentes, especialmente en el sector farmacéutico. Es cierto que el reconocimiento mundial de estas es exigido porla Organización Mundialde Comercio, pero también ocurre que muchos productos de altas ventas están llegando al momento de expiración de sus patentes, y que incluso antes, el mantenimiento de precios altos de medicamentos, por el solo hecho de tener protección de propiedad intelectual, se vuelve políticamente insostenible, como se demostró en los enfrentamientos exitosos de los gobiernos de Sudáfrica y Brasil a las patentes de los medicamentos contra el SIDA. Pero, al mismo tiempo, las barreras técnicas, bajo la forma de regulaciones sobre los atributos que deben tener los productos y los procesos, están creciendo aceleradamente. Esta forma de “proteccionismo tecnológico” además, no se circunscribe a las limitaciones de entrada que imponen los países desarrollados para proteger sus propios mercados domésticos; sino que el reclamo de armonización mundial de las regulaciones les permite proteger los de todos los países del mundo y preservarlos para sus propias empresas.

Estas tendencias se expresan en el sector farmacéutico de forma más visible, pero va emergiendo también en sectores como en la producción de alimentos, y se irá extendiendo a otros. La consecuencia inmediata es que el desarrollo de industrias de alto valor agregado en Cuba, y en países del Sur, requerirá acuerdos regionales entre gobiernos, que abran espacio a nuestros propios productos y construyan un contexto regulatorio donde la prioridad sea su impacto social. Varias de las grandes operaciones exportadoras y de transferencia de tecnología del Polo científico han tenido este enfoque, en el que el desarrollo industrial desborda el campo de la interacción económica entre empresas, para vincularse, cada vez más, con las estrategias políticas.

EL RETO DEL MEDIANO PLAZO

Cuando en Cuba se habla de la economía, la expresión cotidiana es la de “dificultades económicas”. Estas son muy reales, y sería irresponsable desconocerlas. Pero todo análisis serio tiene que empezar reconociendo que, en los veinte años que precedieron al VI Congreso del Partido, nuestro país libró una batalla colosal en el campo de la economía, enfrentando el Período especial, y emergió, con heridas y secuelas, pero esencialmente victorioso.

Una pérdida abrupta de más de 80% del comercio exterior, una caída de más de 30% del PIB, un incremento enorme de los precios del petróleo, y la continuidad de una agresión económica externa sin precedentes en la historia, fueron enfrentados sin deterioros significativos de los indicadores básicos de educación, salud, seguridad ciudadana, equidad y empleo; como se reconoce en los estudios del Índice de Desarrollo Humano, publicados por Naciones Unidas. El país reorientó su comercio exterior, reequilibró sus finanzas externas e internas, reemprendió el crecimiento del PIB, y en importantes indicadores recuperó las cifras anteriores a 1989.

Ahora emprendemos una segunda batalla, para enfrentar las secuelas del Período especial, que exige, como se expone en los Lineamientos del VI Congreso del Partido, soluciones a corto plazo encaminadas a eliminar el déficit de la balanza de pagos, que potencien la generación de ingresos externos y la sustitución de importaciones, y a su vez den respuesta a los problemas de mayor impacto inmediato en la eficiencia económica, la motivación por el trabajo y la distribución del ingreso.

Pero después (y aun simultáneamente) vendrá una tercera batalla en la que debemos enfrentar retos ante nuestra economía que tienen un carácter permanente. Estos son, en esencia, el de la estructura demográfica de la población cubana, y el de la globalización de la economía, así como la interacción entre ambos. En los años 50, teníamos una pirámide etaria de base ancha, con muchos jóvenes, prácticamente igual a la de 1907. En las cinco décadas transcurridas desde el triunfo revolucionario de 1959, esa estructura se modificó. Tenemos ahora más de 18% de la población por encima de los sesenta años de edad, y un pronóstico de que llegará a 30% en el año 2030. La natalidad cayó por debajo del nivel de reemplazo, y las cifras de los que arriban a la edad laboral apenas alcanza a las de los que llegan a la jubilación.

En la compleja causalidad de esta transición demográfica está el aumento de la esperanza de vida al nacer, y la reducción de la natalidad que sigue al incremento del nivel educacional de la mujer y su incorporación social. Un fenómeno similar ocurrió en el siglo XX, en Europa y Norteamérica, pero allí fue mucho más lento, y paralelo al desarrollo industrial. En Cuba produjimos un desarrollo social por delante del económico. Y eso es esencialmente positivo: refleja el principio político de que los derechos humanos a la salud y la educación deben ejercerse de manera inmediata, repartiendo lo que tengamos. Es algo de lo que debemos sentirnos orgullosos; pero no por eso deja de ser un problema, cuya solución hay que encontrar. Si logramos construir desarrollo social desde la política (no desde la economía), ahora tenemos que construir desarrollo económico a partir de aquel. Ello va a requerir mucha creatividad. No hay referentes externos para un desafío de esta naturaleza.

Una estructura demográfica como la que tenemos demanda una economía tecnológica, de alto valor agregado. Pero ese aparato productivo hay que construirlo en el contexto de la globalización de la economía; que es muy diferente de la que había en los años 60, cuando la Revolución emprendió sus primeros programas de desarrollo. El capitalismo ha sido “globalizante” desde su surgimiento, pero el ritmo de esa globalización y el crecimiento del comercio internacional se han acelerado en los últimos cincuenta años. La economía cubana —como la de todos los países pequeños— será cada vez más dependiente de sus relaciones externas. Y no podremos equilibrar nuestra balanza de exportación con productos tradicionales, y menos aún con recursos naturales no renovables, de los que tenemos pocos. El turismo y los servicios médicos están funcionando como compensación y factores de estabilidad económica, pero tienen límites de crecimiento.

Si no logramos que nuestro aparato industrial transite rápidamente hacia productos de alto valor agregado, con capacidades productivas para aquello que está en la frontera entre la ciencia y la tecnología, corremos el riesgo de desindustrialización, pérdida de empleos fabriles, expansión desmedida de los servicios, déficit comercial persistente, y erosión del propio capital humano. El reto es muy grande y muy importante. Establecer relaciones económicas diversificadas y simétricas con el mundo es, en última instancia, un problema de soberanía nacional. Si no construimos aceleradamente capacidades productivas para bienes de alta tecnología, el país estaría en un plano de subordinación, porque sería abastecido de cosas complejas desde fuera, incapacitado de potenciar los nuevos conocimientos. En esa batalla tiene que involucrarse todo el potencial científico cubano. Pero no podemos desconocer un tercer desafío: recuperarnos del daño que hizo el Período especial, en todas las esferas de la vida nacional. Sería pretensioso e ingenuo afirmar que la ciencia no recibió ese impacto. En 2001, el porcentaje del PIB invertido en ciencia y técnica era de 0,98%, superior al promedio de América Latina. En 2007, decreció hasta 0,72%, por debajo de la media latinoamericana de 1,09%. Nuestra producción de publicaciones científicas fue, en 2007, de 6,67 artículos por cada cien mil habitantes, cifra inferior a la media de 8,20 para América Latina y el Caribe. En una compilación hecha para la UNESCO por el Observatorio Canadiense de Ciencia y Tecnología, se registraron 775 publicaciones científicas de instituciones cubanas, contra 6 197 provenientes de Argentina, 8 262 de México y 26 482 de Brasil. La cifra de usuarios de Internet era, en 2008, de 12,94 por cada cien personas, también inferior a la de 28,11 en Argentina, 21,43 en México y 37,52 en Brasil.

Más allá de las cifras, la percepción compartida por muchos es que las dificultades económicas del Período especial afectaron sensiblemente la actividad científica, y que precisamente el sector de la biotecnología es una de las excepciones. De hecho, en el capítulo sobre Cuba del Informe UNESCO sobre la Ciencia en 2010, al tratar de los resultados de la investigación, prácticamente todos los ejemplos que se citan son de este sector. Debemos preguntarnos por qué. Obviamente, no se trata de que en unas instituciones laboren científicos más competentes o más dedicados que en otras. La respuesta hay que buscarla precisamente en el modelo de interacción directa, a ciclo completo, que se construyó con un doble trasvase: el de los resultados científicos a la actividad productiva en la misma organización; y el de recursos de la actividad comercial y exportadora hacia la científica.

Encontrar dentro del modelo económico que estamos rediseñando un esquema viable de financiamiento de la investigación científica, dentro y fuera del sistema empresarial, es uno de los retos importantes que tenemos, no solo para la ciencia, sino para el propio modelo económico. En tal sentido, el número 24 de los Lineamientos establece: “Los centros de investigación que están en función de la producción y los servicios deberán formar parte de las empresas o de las organizaciones superiores de dirección empresarial, en todos los casos que sea posible”. Ahí está uno de los componentes dela estrategia. Noel único.

Tomado de: Cuba en Noticias – Las funciones de la ciencia en el modelo económico cubano (III).
 

Las funciones de la ciencia en el modelo económico cubano (II)

Dr.C Agustín LagePor. Dr. C Agustín Lage. Director Centro de Inmunología Molecular

Ese no es el mundo actual. Hay una distancia grande y creciente entre los países industrializados y los subdesarrollados en cuanto a la producción de ciencia. Pero lo más importante es que la distancia es mayor en cuanto a la utilización de la ciencia. Los países del Sur, que tienen 81,7% de la población mundial, producen 32,4% de las publicaciones científicas, pero poseen solo 4,5% de las patentes. De los 59 millones de inmigrantes que, según se estima, viven en los países más desarrollados, 20 millones tienen educación superior.

Aun dentro de las economías domésticas de los países industrializados, se aprecia, en los últimos cincuenta años, una internalización de la actividad científica dentro de las empresas. La fracción de la inversión en ciencia financiada por estas es de 64% en Francia, 71% en los Estados Unidos y Alemania, y 79% en Japón. En los países del Sur ese proceso no ha ocurrido, y la actividad científica sigue siendo, en esencia, académica y sufragada mayoritariamente por el Estado. Sus resultados no se trasvasan a las empresas nacionales, y esa promoción de actividades científicas desorientadas no genera tecnologías socialmente valiosas. Solo multiplica información irrelevante y de difícil acceso.

La creación de valor depende, cada vez más, de un mejor uso del conocimiento; y, a su vez, de la fortaleza de los vínculos entre los diferentes actores del sistema nacional de innovación. Lo que explica el desarrollo industrial de la biotecnología en Cuba no es ciertamente una mayor inversión en investigación científica. El porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) que se dedica en Cuba a ciencia y técnica (0,72%) es inferior al de América Latina (1,09%). También lo son nuestras cifras de producción de literatura científica; y, de hecho, el financiamiento presupuestado a la investigación científica en la Isla, también sufrió los efectos del Período especial.

Lo que se construyó en el Polo científico a partir de los años 80 fue un sistema de conexión directa entre la investigación y la producción, con un ciclo económico de autofinanciamiento.

Centro de Inmunología Molecular, La Habana, Cuba
Centro de Inmunología Molecular, La Habana, Cuba

4. Las nuevas tecnologías requieren un nuevo tipo de empresa.

El principal resultado del Polo científico no es ninguna de sus vacunas, ni sus anticuerpos: es el tipo de organización económica. Si analizamos las instituciones de la Biotecnología cubana no como centros científicos (que también son), sino como organismos económicos, se dibuja el cuadro organizativo que la experiencia práctica fue construyendo:

  • Instituciones “a ciclo completo” de investigación-producción-comercialización.
  •  Orientación exportadora y actividad de exportación (y de importación de insumos) directa.
  • Sistema de gestión descentralizado que no es el clásico esquema empresarial, ni el de la unidad presupuestada.
  • Centros integrados en un sistema de potenciación mutua para las investigaciones, la producción y las negociaciones externas; y, a su vez, para la función social de sus productos en Cuba, fundamentalmente en el sistema de salud.
  •  Internalización de la investigación científica como parte de sus costos fijos, potenciada con los estudios que también se realizan en las instituciones cubanas que usan los productos.
  • Utilización de su potencial científico como palanca de negociación, valorizando en sus transacciones no solamente los productos, sino sus “activos intangibles”.

La organización productiva de la economía del conocimiento ya no puede construirse, como las industrias de mediados del siglo XX, alrededor de un producto o de una tecnología, porque estos cambian cada vez más rápido. Tiene que hacerse alrededor de una capacidad continua de crear y asimilar conocimientos que generen nuevos productos y nuevas tecnologías. De ahí proviene la necesidad de internalizar la investigación científica dentro de la organización productiva. En el lapso históricamente breve de treinta años de existencia de la industria biotecnológica cubana, algunos centros han debido cambiar varias veces el “producto líder” de sus exportaciones.

Viendo esta experiencia desde una perspectiva histórica, es un caso más de la regularidad de que las tecnologías muy novedosas raramente se insertan en las organizaciones ya existentes, sino que “crean” la suya propia. Así, hace siglos las nuevas tecnologías agrícolas “inventaron” la granja; la primera revolución industrial “inventó” la fábrica; y la segunda, sustentada en la electricidad y el petróleo, condujo a la administración científica industrial tal como hoy la conocemos. En el mundo actual, la creciente integración entre la ciencia y la producción comienza por laboratorios científicos en las industrias, pero termina por crear un nuevo tipo de organización productiva que introduce la investigación científica dentro de la cadena de valor, y la utiliza como activo en las negociaciones para la realización comercial del valor agregado. Este proceso de surgimiento de empresas de alta tecnología no es privativo de la biotecnología (aunque en Cuba haya empezado por ahí).

5. La Empresa de alta tecnología requiere un contexto regulatorio específico.

Las empresas surgen y se desarrollan no solo impulsadas por sus tecnologías y por las oportunidades de mercado; sino también promovidas o inhibidas por el contexto regulatorio en el que operan. Las regulaciones económicas se construyen en todos los países en función de determinados objetivos y valores prevalecientes en cada sociedad.

La atención directa de las instituciones biotecnológicas emergentes en Cuba, por la instancia superior de dirección del país (surgieron subordinadas al Consejo de Estado), y en muchos casos personalmente por el Comandante en Jefe, Fidel Castro, las protegió del posible efecto inhibidor de regulaciones concebidas con otro propósito y para otro tipo de emprendimiento.

En los últimos años, la capacidad de compra de Cuba en el exterior se ha movido alrededor de 20% del PIB. Aun asumiendo los riesgos de las extrapolaciones lineales a partir de los indicadores económicos, esta cifra sugiere que hay una pequeña parte de nuestra economía que opera en función de la demanda externa, mientras que el resto lo hace para la interna. Las organizaciones productivas que trabajan para el mercado externo generalmente tienen mayor productividad por hombre, aun calculando el ingreso en divisas como equivalente 1 a 1 al de moneda nacional. La diferencia sería aún mayor si se utilizase otra tasa de cambio que reflejara mejor el poder adquisitivo de la moneda. Las que producen para la demanda doméstica (numéricamente muchas más) han tenido en estos años, como ha sido públicamente criticado, y discutido en la Asamblea Nacional, baja productividad del trabajo.

Obviamente, no podemos regular ambos espacios económicos de la misma manera. Cuando se intenta disecar los objetivos de las regulaciones que la rigen, se ve más claramente esta dicotomía.

  • Para la mayor parte de la economía nacional lo más importante ahora es el incremento de la productividad del trabajo. Para los sectores exportadores que ya lo tienen, es el crecimiento del sector, de su volumen de actividad económica. Este crecimiento, aun si ocurriese a expensas de una menor reducción de la productividad por hombre, incrementaría la de la media nacional.
  •  Para la mayor parte de la economía nacional el “cuello de botella” del crecimiento está hoy en la producción. La demanda doméstica no está saturada para la gran mayoría de los productos; pero para los sectores exportadores frecuentemente no es la capacidad de producción, sino la penetración en mercados externos.
  • Para la mayor parte de la economía nacional es muy importante el ahorro y la reducción del costo unitario de sus operaciones. En los sectores exportadores que están llamados a crecer es más importante el costo de oportunidad, en cuanto al mercado, que perdemos por dejar de hacer algo; y las operaciones que abren mercados pueden tener sentido aun si aumentan el costo unitario (por supuesto, dentro de la rentabilidad).
  • En los sectores que operan en función de la demanda doméstica, la planificación socialista puede decidir su satisfacción, los precios internos, y los estándares técnicos de los productos. En los sectores exportadores, ninguno de estos tres aspectos están bajo nuestro control y, muy frecuentemente, aparecen oportunidades y problemas imprevistos.

La conclusión es que un conjunto de regulaciones que introduzca presiones para el incremento constante de la productividad (por ejemplo, vinculándola al salario), y para la reducción continua del costo unitario, será sin dudas conveniente para la mayor parte de la economía nacional, pero puede resultar corrosivo para los sectores emergentes exportadores de alta tecnología. La tendencia mundial en estos sectores ha sido, y seguirá siendo, al incremento de los “costos fijos”, dados por la investigación científica, el desarrollo de nuevos productos y la evolución de los estándares de calidad. Esta tendencia hay que asumirla y enfrentarla subsumiendo los costos fijos en operaciones productivas y exportadoras de mayor volumen, no buscando ahorros marginales en los procesos que tenemos hoy.

Este razonamiento no implica que el ahorro no sea importante, pero sí que en la vida real de la microeconomía —no en la macro— puede suceder que los objetivos del ahorro y del crecimiento entren en contradicción; y cuando eso sucede, en algunos casos hay que priorizar uno u otro. En una actividad social “presupuestada”, la prioridad será siempre el ahorro; y también lo será en una productiva, para satisfacer una demanda cautiva, de volumen y precios bajo control del Estado. Pero en una destinada a abrir espacio en la demanda externa, la prioridad es el crecimiento. El propio esfuerzo por el ahorro y la mayor eficiencia no tiene como objetivo primario incrementar la ganancia por unidad física producida, sino disponer de márgenes de precios para aumentar la penetración en mercados externos.

No se trata de que los sectores exportadores de alta tecnología no deban ser regulados; sino de que hay que hacerlo de manera diferenciada. Ello no supone contraponer la productividad al crecimiento; sino comprender que hay acciones para el incremento de la productividad a corto plazo —frecuentemente concentradas en la organización del trabajo— y otras para su sostenibilidad en el mediano plazo, que dependen, con frecuencia, de gestión del conocimiento e inversión; y en los sectores de alta tecnología el “mediano plazo” llega muy rápido.

El problema no es nuevo, ni es exclusivo de Cuba. En otros países que se han planteado estimular el crecimiento de esos sectores, hay antecedentes del establecimiento de contextos regulatorios diferenciados. La creación en los Estados Unidos, en 1971, de un nuevo mercado de valores (NASDAQ) —complementario de la bolsa clásica (New York Stock Exchange)—, con regulaciones diferentes, el surgimiento análogo, en 1995, del Alternative Investment Market, en Londres; las Zonas Económicas Especiales, en China e India, y otras experiencias, tienen en común el intento de construir un contexto regulatorio que incentive el surgimiento de empresas tecnológicas basadas en productos novedosos, y la inversión de riesgo. Usualmente son pequeñas, y concentradas en crecer. Ninguna de estas experiencias es idéntica a otra, y ninguna es “copiable” para Cuba, pero lo que siempre aparece como constante es la necesidad de regulaciones específicas para estimular y proteger el crecimiento de estos sectores.

Mientras más avanzada es la tecnología, y más novedosos los productos de una empresa, menos predecibles se hacen sus operaciones y sus indicadores. El contexto regulatorio tiene que prever un espacio de exploración, riesgo y adaptación rápida para este tipo de empresa; mayor que el tolerable para otras de tecnologías más convencionales y de mercado conocido.

La conexión directa de la ciencia con la economía no es un proceso espontáneo; ni bajo las presiones del mercado, ni como consecuencia de la inversión social en desarrollo científico. Requiere intencionalidad y conducción.

Tomado de Las funciones de la ciencia en el modelo económico cubano (II)

Las funciones de la ciencia en el modelo económico cubano (I)

Dr.C Agustín LagePor: Agustín Lage Dávila. Director del Centro de Inmunología Molecular.

El sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba, en abril de 2011, aprobó los Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución “para actualizar el modelo económico cubano, con el objetivo de garantizar la continuidad e irreversibilidad del socialismo”. En su implementación exitosa los revolucionarios cubanos ponemos todo el entusiasmo, esfuerzo e inteligencia de que somos capaces. Para ello, necesitamos extraer conocimiento de cuanta fuente pueda sernos útil, pero principalmente de nuestras experiencias en la construcción de la sociedad socialista cubana, que nos permitan ver el mundo desde nuestras propias perspectivas.

Una de esas experiencias es el surgimiento en Cuba, en los años 80, de la industria biotecnológica —cuando apenas emergía en los países de mayor desarrollo—, y su crecimiento durante las tres décadas siguientes, hasta convertirse en un importante renglón de exportación.

La experiencia del “polo científico”, como se conoce generalmente a nuestra industria biotecnológica y farmacéutica de avanzada, tiene especificidades dentro del contexto de la economía cubana, que es necesario resaltar como punto de partida de este análisis. A partir de la inauguración, en enero de 1982, por el Comandante en Jefe Fidel Castro, de un pequeño laboratorio con treinta científicos encargados de la producción de Interferón, la industria biotecnológica cubana creció aceleradamente, con nuevas instituciones y productos, hasta convertirse en lo que es hoy: un conjunto de veintisiete entidades que agrupan más de diez mil trabajadores, operan fábricas en Cuba y en otros países, aportan 141 productos al cuadro básico de medicamentos en la Isla, y realizan exportaciones por varios cientos de millones de dólares a más de cincuenta países.

Este despegue productivo, exportador y de desarrollo de infraestructura resistió el llamado Período especial, cuando la economía cubana, a causa de la desaparición del campo socialista europeo y del reforzamiento oportunista del bloqueo norteamericano, sufría una importante contracción de su producto interno y de sus mercados; y otros sectores tuvieron que reducir sensiblemente sus actividades.

Las exportaciones del polo científico han estado creciendo a más de 30 por ciento anual en la última década, y se han basado en productos no tradicionales (varios de ellos de propiedad intelectual cubana), con diversidad de destinos, con entornos regulatorios diferentes, y han requerido esquemas de negociación también no tradicionales. Tal operación no contó con inversión extranjera ni con créditos externos. Corrió a cargo del Estado y logró su recuperación y reproducción ampliada en un plazo sorprendentemente breve. Las negociaciones no comprometieron, en ningún caso, la propiedad estatal sobre los activos.

Un proceso similar no ha ocurrido en ningún otro país de América Latina. Tampoco, con esas características, en otros sectores de Cuba. Las experiencias en el turismo y la minería en el mismo período, también exitosas, se basaron en esquemas de inversión, gestión y negociación diferentes.

Por supuesto, hay determinantes científicas y particularidades del sector biofarmacéutico en la industria biotecnológica cubana; pero no es donde está lo principal. Probablemente esta experiencia tenga algo que decirnos sobre el proceso de conexión directa de la Ciencia con la Economía, y sobre las formas de gestión de la empresa estatal socialista. Si logramos descifrar estos mensajes, el caso del Polo científico dejaría de ser algo “particular” para convertirse en “anticipatorio” de lo que pudiera ser la Empresa socialista de alta tecnología, construida sobre el terreno fértil del capital humano y la cohesión social creados por la Revolución.

Centro de Inmunología Molecular, La Habana, Cuba
Centro de Inmunología Molecular, La Habana, Cuba

INTUICIONES: ¿QUÉ APRENDIMOS DE ESA EXPERIENCIA?

Usamos el término “intuiciones” para subrayar que un análisis riguroso de los determinantes macro y microeconómicos de la evolución de la industria biotecnológica en Cuba tendrá que ser emprendido por especialistas en Ciencias económicas. Aquí nos limitaremos a exponer las regularidades e ideas generales que quienes hemos tenido la oportunidad de participar en el desarrollo de estas instituciones —y que no provenimos del campo de la economía— podemos extraer de la experiencia concreta. Estas son:

1. Hay un cambio en el contexto mundial para el desarrollo de nuestra economía, dado por la relación entre tecnologías y globalización.

Comprensiblemente, cuando se habla de ese “cambio de contexto”, lo primero que viene a la mente es la desaparición del campo socialista europeo, con el que, hace tres décadas, Cuba realizaba más de 80 por ciento de su comercio exterior y con el que tenía acuerdos de integración económica a largo plazo. Eso es una enorme verdad; pero a los efectos del tema de este ensayo es imprescindible identificar otro proceso, que hubiera creado tensiones para la economía cubana aunque el campo socialista aún existiese. Se trata del acelerado desarrollo tecnológico de la segunda mitad del siglo XX y de la globalización de la economía que él hizo posible, y su efecto sobre los países de pequeño tamaño. Transitamos hacia una economía donde los productos de la industria se sustituyen muy rápidamente por otros mejores, y donde las tecnologías permiten enormes escalas de producción, y grandes reducciones de los costos unitarios.

Estos dos fenómenos se refuerzan mutuamente: la rentabilidad del proceso productivo moderno solo se logra con enormes escalas de producción, con grandes mercados para los productos. A su vez, esas grandes operaciones son las que permiten subsumir los altos costos fijos de la investigación científica para el desarrollo de nuevos productos, y de los estándares de calidad que mantienenla competitividad. Estaes una tendencia objetiva del desarrollo de las fuerzas productivas, y va a continuar. La consecuencia directa para los países pequeños como Cuba es la pérdida del poder de la demanda doméstica como motor del desarrollo industrial.

Las teorías “desarrollistas”, vigentes en el pensamiento económico latinoamericano en los años 60 del siglo XX, proponían una industrialización nacional, con asimilación de tecnologías para sustituir importaciones. En Cuba, durante el período revolucionario anterior a 1986, los ingresos externos se basaban en el azúcar y el níquel. De ahí debían salir los recursos que financiaran la infraestructura económica para satisfacer la demanda interna. Fue una estrategia correcta en su tiempo; sin embargo, ya no es viable en el nuevo contexto.

En nuestra experiencia concreta con los medicamentos de avanzada, aprendimos que no podemos producirlos solamente para la demanda nacional. Es la limitación del concepto de “sustitución de importaciones”: en algún momento aparece el razonamiento de que es más barato importar que producir. Necesitamos grandes operaciones de exportación para que ocurra el desarrollo tecnológico. Varios de los medicamentos y vacunas del Polo científico se producen hoy a una escala mayor a veinte veces la demanda doméstica. Es un cociente superior al que había para el azúcar.

Los cambios de contexto van siempre acompañados de nuevas oportunidades, pero también de peligros. Tendremos que aprender a construir la economía socialista cubana en ese nuevo escenario; un contexto mundial donde nuestra planificación no puede controlar —excepto para la pequeña fracción de la demanda nacional— el tamaño del mercado, ni los precios, ni los estándares técnicos de los productos, ni la dinámica de los cambios.

2. En el nuevo contexto, el desarrollo económico pasa obligatoriamente por el desarrollo de industrias de alta tecnología.

Cuba ha logrado un balance positivo de su comercio exterior, y eso es un importantísimo logro, después de la desaparición del campo socialista europeo y ante el mantenimiento de la guerra económica de los Estados Unidos contrala Isla. Esono se puede minimizar, pero también es cierto que ese balance se alcanza a expensas de la exportación de servicios. En la de bienes, sigue siendo negativo. Tal situación puede y debe mejorar con la disminución de importaciones de alimentos —cuyos precios no cesan de crecer—; pero en un país con escasos recursos naturales, y con una población de edad promedio cada vez mayor, y elevada calificación, el balance positivo externo hay que lograrlo con productos de alto valor agregado. Así se recoge en el número 78 de los Lineamientos…, que indica: “Diversificar la estructura de las exportaciones de bienes y servicios, con preferencia las de mayor valor agregado y contenido tecnológico”.

¿De dónde van a salir esos productos? De nuevo la experiencia del Polo científico puede tener algo que decir en este tema. Durante más de veinte años, sus organizaciones han negociado con instituciones privadas y públicas, grandes y pequeñas, de más de cincuenta países, en todos los continentes. El análisis exhaustivo de esa experiencia está pendiente, y no forma parte del objetivo de este ensayo. No obstante, en una primera aproximación, indica que es muy difícil abrir espacios con productos de bajo contenido innovador, y en competencia con muchos productores en el mundo.

Para los productos tradicionales de la industria (textiles, electrónica simple de consumo, y otros), la tecnología moderna permite escalas de producción muy por encima de la demanda solvente mundial. Para lo que no hay, ni habrá, sobreproducción es para los innovadores, y aquellos que todavía no existen. Es imprescindible entonces tenerlos; lo que no siempre significa que sean únicos, pero sí nada sencillos de producir, ni por su tecnología, ni por sus estándares de calidad, ni por la calificación de la fuerza de trabajo requerida. Operan entonces dos mecanismos que abren los espacios de exportación:

•Cuando existe concertación entre gobiernos para garantizar amplio acceso a la población y escapar de los precios abusivos de los productos innovadores cuando vienen de países industrializados.

•Cuando nuestros productos son únicos o tienen tan alto contenido innovador, que los haga entrar en los mercados aun en ausencia de acuerdos entre gobiernos.

Ambos mecanismos se relacionan y compensan entre sí. Mientras más fuerte es uno, menos debe serlo el otro y viceversa. Pero los dos requieren un alto “contenido en conocimientos” y ciencia, en el desarrollo del producto y en el proceso productivo. Eso no se alcanza simplemente importando tecnologías. Es esa la experiencia de las vacunas cubanas, la Eritropoyetina, el Heberprot, los sistemas SUMA, los genéricos de avanzada, los anticuerpos monoclonales y otros tantos. 5 O tenemos productos innovadores, o no tendremos exportaciones de alto valor agregado para financiar la continuidad de nuestro desarrollo económico y social.

3. La tarea no se limita al desarrollo científico. Lo principal es la conexión de la ciencia con la economía.

La importancia de la investigación científica, y del proceso más abarcador conocido como “gestión del conocimiento” para el desarrollo económico, han sido extensamente discutidos, y existe abundante literatura internacional, y también en Cuba, sobre el tema. No ampliaremos, pues, sobre la existencia de esa influencia, sino sobre los mecanismos por los cuales esta se produce.

La idea de que simplemente “sembrar ciencia” —es decir, formar científicos, crear instituciones, aumentar el financiamiento a la ciencia— se traducirá, de alguna manera, en desarrollo económico es vieja e ingenua, que no corresponde al contexto actual. Por supuesto que es una condición necesaria; lo nuevo es que ya no es suficiente.

Cuando los países hoy industrializados y técnicamente avanzados emprendieron su desarrollo, hace más de ciento cincuenta años, tenían, en muchos sectores productivos, un nivel tecnológico inferior al que tienen en la actualidad los países del Sur. En 1880, la renta per cápita de aquellos era apenas dos veces la de estos; no obstante, en ese momento eran la avanzada dela tecnología. Nohabía un “primer mundo” al cual mirar. No existían empresas multinacionales que captaran las innovaciones e inundaran los mercados; ni “robo de cerebros”. El desarrollo científico nacional y las innovaciones se revertían directamente en la industria nacional.

Tomado de Cubahora