Herramientas en línea informan sobre la ciencia mundial, pero no sobre su ubicación. Las ‘etiquetas geográficas’ acortan la brecha de conocimientos, dice Nigel Pitman.
Cualquiera que haya hecho una búsqueda en Google Scholar puede dar fe de los asombrosos avances en el acceso, organización y análisis de la literatura científica.
A medida que los viejos catálogos impresos son reemplazados por herramientas de referencia digital con la velocidad de un rayo, los investigadores tienen una opinión cada vez más clara de qué preguntas se han formulado, cuándo, por qué, cómo y por quién.
Pero algo falta en esta lista. Las bases de datos y las herramientas de referencia en línea aún realizan un trabajo muy pobre de información acerca de dónde se está haciendo ciencia.
¿Los ríos de cuál país han sido más exhaustivamente estudiados por los ictiólogos (científicos de peces)? ¿Qué proporción de publicaciones científicas sobre el mundo en desarrollo han sido escritas por científicos realmente ubicados allí? ¿Cuál es el campo más estudiado en la Amazonía?
Respuestas rápidas y rigurosas a este tipo de preguntas siguen estando más allá del alcance de las bases de datos actuales. Pero hay una forma simple de resolver el problema: asignar una ‘etiqueta geográfica’ (geotag en inglés) a cada artículo, libro o tesis de literatura científica. Una etiqueta geográfica es un conjunto de coordenadas geográficas que muestra de dónde obtienen sus datos los autores de una publicación.
Imaginemos por un minuto que podemos hacerlo. El resultado sería un mapa del mundo que identifica cada sitio de donde los científicos han recogido sus datos alguna vez, y que es capaz de decirle —a través de las bases de datos ya existentes— qué pasó con esos resultados.
Seleccionando un punto del mapa se tendría una lista pormenorizada de lo que se ha publicado sobre esa región en particular, cuántos científicos lo han hecho y cuándo, entre otra información.
Patrones sorprendentes
¿Es demasiado ambicioso o muy difícil? Realmente no. En 2009, mis colegas de la Universidad de Florida y yo hicimos un mapa de este tipo para describir los patrones de investigación ecológica en los Andes tropicales y la cuenca amazónica. [1]
Lo hicimos a la vieja usanza: revisando las dos principales revistas sobre ecología tropical desde 1995 hasta 2008, buscando cualquier artículo basado en el trabajo en esas regiones y anotando las coordenadas de los sitios donde se había realizado el trabajo de campo.
El resultado fue una ‘nube’ de 278 puntos repartidos por todo el mapa de Sudamérica tropical: los sitios de campo de donde se recogieron datos para los 373 artículos.
El conjunto de datos reveló patrones que nadie había notado antes. ¿Quién sospecharía, por ejemplo, que el pequeño Ecuador llevaba la delantera a todos los países sudamericanos en número de estudios de campo publicados por kilómetro cuadrado de su territorio? ¿O qué tres sitios de campo representaban más de la mitad de todas las publicaciones sobre la Amazonía?
Hubo más sorpresas. El sitio de campo responsable de producir más artículos científicos revisados por pares en la Amazonía occidental resultó ser una choza con techo de paja en el sur del Perú, a100 kilómetrosde la carretera más cercana. Y más del 85 por ciento de lo que se había escrito sobre la biodiversidad andina en ese periodo estuvo basado en trabajo de campo realizado en la mitad norte de la cordillera (la sierra).
Las brechas y las oportunidades
Dada la velocidad y la creatividad con la que la literatura científica mundial se está organizando, es solo cuestión de tiempo antes de las etiquetas geográficas científicas se conviertan en una herramienta generalizada de investigación.
Sin embargo, hay varias razones por las que las organizaciones científicas en los países en desarrollo deberían tratar de sacar ventaja de ellas.
Por ejemplo, mapas como los nuestros pueden ayudar a identificar sitios de campos especialmente productivos (estaciones de campo, reservas naturales, sitios de monitoreo y otros) que merecen apoyo financiero de largo plazo pero que a menudo pasan desapercibidos para los organismos de financiamiento.
Estos mapas también pueden identificar las brechas de conocimiento —como regiones que los científicos no han explorado aún de manera adecuada— y ayudarlos a diseñar incentivos para cerrarlas.
Lo más importante es que nuestros datos indican que la mayoría de áreas clave de publicación de Sudamérica lo son también para capacitación. En otras palabras, esos mapas pueden ayudar a que las agencias científicas localicen lugares olvidados pero cruciales donde los jóvenes científicos del mundo en desarrollo reciben experiencia práctica en el campo.
Debe ser relativamente fácil construir un mapa completo de la ciencia en el terreno en los países en desarrollo porque hay mucho menos estudios de campo que en el mundo desarrollado. Debería ser más fácil levantar mapas de todos los sitios de investigación en Guyana que en el Reino Unido, por ejemplo.
Y mientras los mapas de las publicaciones etiquetadas geográficamente serán útiles para muchas disciplinas científicas, puede que sean más valiosos para la biología de campo yla conservación. Enestas áreas, donde la habilidad de los científicos para organizar y comunicar la información está directamente relacionada con su efectividad para proteger la asediada naturaleza de la Tierra, hacer una cartografía del mundo puede ser un pequeño paso para su salvación.
Nigel Pitman es investigador asociado del Centro de Conservación Tropical de la Universidad Duke en Durham, Carolina del Norte, Estados Unidos. Su sede actual es Paraná, Brasil.
Tomado de Scidev.net