Viaje a la semilla

 
El 20 de febrero se conmemora el Aniversario 50 de la creación, en igual fecha de 1962, de la Comisión Nacional de la Academia de Ciencias de Cuba. Con la misma, por primera vez la Academia adquirió un alcance efectivo a nivel nacional.
La Comisión Nacional quedó facultada para, entre otras atribuciones, llevar a cabo “la reorganización, incorporación y disolución de cuantas sociedades, academias y corporaciones estimare conveniente a los efectos de esta ley” (la ley 1011 de 20 de febrero de 1962) y para proponer al gobierno la incorporación a esta de entidades científicas adscritas a ministerios o universidades. El presidente de la Comisión era Antonio Núñez Jiménez. Contaba entre sus miembros a Juan Marinello, Fernando Ortiz, Julio Le Riverend y Emilio Roig de Leuchsenring, entre otros.
A propósito de la efeméride compartimos con ustedes el siguiente texto tomado de la Revista Juventud Técnica

Pasaban los meses y los años de aquella gente que no se cansaba de esperar tiempos mejores, alelados entre anuncios de bebidas, noticias de la lotería, algún que otro escándalo político y ciertas obras “dignas” de uno de los pueblos más rebeldes de América.

 Un Capitolio y un túnel asombroso por debajo de la Bahía de La Habana traían las luces del capital que, en pleno auge algunas millas más arriba, inoculaba el virus del consumismo en hogares que, con trabajo, lograban reunir para ganarse el derecho a una consulta médica.
Bajo la piel de esa isla pintoresca, destino turístico de mafiosos connotados, paraíso pretendido de ron y mujeres, verdaderas sanguijuelas chupaban los recursos naturales y esquilmaban el patrimonio cultural construido con sangre y pensamiento criollos.

Dormía el legado de Poey, Finlay, Romay, Varela, Saco, Reynoso, adelantados de una ciencia originaria, de pura cepa cubana. Aquella real corporación por ellos soñada había renunciado a sus tiempos de gloria. La fusta colonial, que finalmente cedió ante el empuje nacional por edificar una ciencia autóctona, se retocaba con métodos doblemente siniestros.

 La Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana se sacudió la “realeza”, pero continuaba cargando la cruz del coloniaje. Se le perseguía y acallaba, se le apaciguaba como a las otrora epidemias, se le vapuleaba cual mendigo insalubre.

Algunas instituciones bregaron entre la barahúnda, y permanecieron “colgadas” a entidades del estado. Un orden “surreal” se había impuesto, en tanto nombres como los de Carlos de la Torre, Pedro Kourí y Juan Tomás Roig salvaban la honra de la ciencia en Cuba.

La Academia estaba adscripta al Ministerio de Justicia, y recibía unos exiguos 400 pesos para solventar sus gestiones;la Sociedad Geográficafuncionaba como una dependencia del Ministerio de Estado; el Parque Zoológico permanecía a la sombra del Ministerio de Obras Públicas; la Marina de Guerra rectoraba los estudios en meteorología.

La Sociedad Espeleológicaera atacada por fuerzas represoras y sus miembros perseguidos. Una resolución del Ministerio de Educación, de Batista, prohibió la difusión de la Geografía de Cuba, de Antonio Núñez Jiménez, fundador del grupo, en tanto la obra monumental de Felipe Poey, Ictiología Cubana, permanecía inédita, “por emanar de un hombre progresista y materialista”.

La investigación estaba refugiada en las universidades, a expensas del tiempo y voluntad de los profesores. Ninguna publicación. Nada de dar a conocer resultados de investigaciones. Nula colaboración entre centros. Absoluto desmembramiento de la labor científica en el país.

¿Ciencia? Esa palabra olía a élite, permanecía desconocida por el pueblo.

Preámbulo

Voces provenientes de la algarabía de la Plaza de Armas llegan tenuemente al patio húmedo del Museo Nacional de Historia Natural, donde converso con Gilberto Silva, profesor e investigador dela institución. Allí, como en flashback, retorno a los pasillos del Capitolio que desandé de niña escudriñando los misterios de la naturaleza entre animales disecados. Allí pervivieron por décadas –antes de instalarse enla calle Obispo– las colecciones que un grupo de iniciadores lograron agrupar para dar vida a la entidad aclamada por generaciones desoídas.

“Era casi un lamento de la comunidad científica cubana –dice Silva– que Cuba no tuviera un museo de historia natural, como parte del espectro de instituciones básicas de cualquier sociedad”. Con apenas treinta años e impulsado por los aires de cambio que llegaron después del triunfo del 59, emprendió junto a sus camaradas dela Sociedad Cubanade Historia Natural Felipe Poey yla Sociedad Espeleológicade Cuba la concepción de lo que sería la primera institución científica creada por el gobierno revolucionario.

Recuerda, muchos se habían dormido en sus asientos del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) cuando llegó Fidel una madrugada de aquel mismo año. “Mandó a hacer café, abrió una caja de tabacos y empezamos a dialogar”. Al amanecer no había terminado aún el intercambio. Y fue necesaria otra jornada porque, más que discutir un borrador con una propuesta de ley para crear el museo, aprobada un poco más tarde, el encuentro fue aprovechado por el líder para conocer detalles del desarrollo científico en el país.

Simiente

En la noche del 9 de marzo de 1962 un rostro barbudo habló al pueblo. El capitán Antonio Núñez Jiménez intervino de manera extensa sobre la creación de una nueva entidad, necesaria ante “las exigencias de la investigación científica y el progreso técnico”, en la que estarían representadas “las diversas ramas de las ciencias, tanto naturales como sociales”. La integrarían “personas de reconocida capacidad científica y cultural representativas de las diferentes ramas de las ciencias, designadas por el Presidente de la República, a propuesta del Consejo Nacional de Cultura”.

Merced a la ley 1011 del 20 de febrero de ese año, había sido creadala Comisión Nacionalde la Academia de Ciencias de Cuba, presidida por el propio Núñez, a quien acompañaban Juan Marinello, Fernando Ortiz, Emilio Roig de Leuchsenring, José López Sánchez, Julio Le Riverend, Salvador Massip, Abelardo Moreno (todos fallecidos), Gilberto Silva y José B. Altshuler.

La comisión debería, según el artículo cuatro, “dirigir, coordinar, estimular y orientar los estudios, investigaciones y demás actividades científicas no docentes en todas las ramas de la ciencias naturales y sociales, según los requerimientos y exigencias del desarrollo socialista de nuestro país”. Asimismo, tenía la potestad de “crear organismos de carácter científico, tales como institutos y centros de investigación, de acuerdo con las posibilidades reales de su funcionamiento y a tenor de las necesidades de Cuba”.

“Se ha afirmado que la ciencia del siglo XX había sido de hombres aislados”, señala Emilio García Capote, miembro del grupo de análisis y prospectiva de la Academia, recordando la expresión que acuñó el economista cubano Carlos Rafael Rodríguez. “Sin embargo, solo un estudio profundo, aún por terminarse, puede verificar la certeza de esta idea intuitiva. Lo que sí puede afirmarse es que, cualquiera que haya sido el fondo de conocimientos recibido, era insuficiente para los proyectos de la Revolución”.

La comisión encargada de forjarla nueva Academiase enfrentaba con un panorama complejo. “El caso de Cuba es tan grave en cuanto a la dispersión científica –cavilaba su presidente en diciembre de 1963 durantela Oración Finlay, a solo unos meses de ejercicio del cargo– que ya no solo se trata de la independencia de las ciencias diferentes, sino de la total desvinculación de organismos que estudian los mismos fenómenos”.

A ello se unía la degradación de los suelos y los bosques, la pérdida de la riqueza animal y la desaparición de plantaciones valiosas para el desarrollo de la base agrícola del país, como resultado de años de saqueo neocolonial.

La nueva institución, conocida como Academia de Ciencias, aún sin contar con académicos y una asamblea general, ni constituirse como unión de sociedades, tomó forma y objetivos similares a las corporaciones existentes en los países socialistas: fue en esencia un organismo para la agrupación, transformación y creación de institutos de investigación.

“Generalmente las academias son vehículos a través de los cuales se forman estos centros y que de alguna manera se independizan; y son administrados por otras entidades”, comenta Sergio Jorge Pastrana, secretario de relaciones internacionales de la Academia de Ciencias de Cuba.

“En los países socialistas se estableció un tipo de academia que tenía mucho que ver con los sistemas de control y promoción de la ciencia desde el gobierno central. Nosotros empleamos un sistema similar, a la vez que fundamos centros que sirvieran para posgrado y que estuvieran vinculados a los sistemas de educación superior, como el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC), que se vinculó a la Universidad de La Habana”.

La ciencia que se necesitaba debería encarar las necesidades vitales para el desarrollo económico del país. “Lo que hacía falta era una institución que tuviera como propósito no solo congregar a la comunidad científica, que estaba experimentando una situación compleja (los cambios políticos dieron lugar a que científicos de importancia emigraran), sino que creara capacidades. En consecuencia, la idea organizativa de la academia del XIX no era procedente”, reflexiona García Capote.

En su intervención televisiva, Núñez anunciaba la creación de los Institutos de Biología, Oceanología, Geofísica, Matemáticas, y Literatura y Lingüística, así como la fundación de una biblioteca que acompañaría a la sede central de la corporación, radicada en el Capitolio.

Otras instituciones, ya existentes, pasaron al seno de la Academia. Entreellas estuvieron el Observatorio Nacional de la Marina de Guerra (futuro Instituto de Meteorología), la Sociedad Geográficade Cuba (que se convertiría en el Instituto de Geografía y Geología), la Academia de la Historia de Cuba (Instituto de Historia);  y el Instituto de Etnología y Folklore.

El desarrollo de la tecnología y la industria necesitaba un empuje especial, en líneas como la metalurgia, la construcción naval, la electrónica y la automatización de procesos.

Por ello, decía Núñez, la nueva academia debía discutir sobre la pertinencia de impulsar las ciencias aplicadas, porque “la economía de este país tiene tal urgencia de ciertas investigaciones, que hay que andar por ese camino de la aplicación a pesar de que algunos teóricos señalan que el papel fundamental de las academias de ciencias está en elaborar las ciencias teóricas”.

Andar andando

Presidentes de la ACC por etapas

Silva recuerda los incesantes viajes a provincia, ganando voluntades de científicos que habían decidido quedarse en el país; las noches de aquellos primeros años en que dormía en el sofá de la oficina, trabajando sin cesar. Había sido seleccionado secretario científico, de acuerdo con la tradición de las academias de escoger el miembro más joven del presidium.

Sonríe, nostálgico, cuando vuelve en su silla a los tiempos de una juventud pródiga. “Ese era un cargo que me quedaba grande, al igual que a casi todas las personas que integraban la comisión, porque no teníamos experiencia alguna en la conformación de una organización como esa. Pero todos nosotros estábamos locos, teníamos un entusiasmo desbordante”.

Medio siglo después, es de los pocos que aún viven para contar los aciertos y errores de un suceso vital en el camino trazado por Fidel el 15 de enero de 1960, cuando vislumbraba un futuro de hombres de ciencia, fruto del sembrado de “oportunidades de la inteligencia”.

Hoy continúa en el museo que ayudó a fundar: forma jóvenes, imparte conferencias, investiga y publica a sus 84 años. En la Academia, como otros, contribuyó a poner una semilla. “¿Fue un acontecimiento feliz?”, pregunto, con el afán de quien pretende resumir tiempos que no ha vivido. “Sirvió para enrumbar el camino”, responde. “Ese fue el primer paso para alcanzar los resultados científicos que hoy tenemos, algunos de ellos a nivel del primer mundo, de la vanguardia internacional”.

Tomado de: Viaje a la semilla.

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