En Cubadebate con fecha 26 de enero de 2022 y de la autoría de Luis A. Montero Cabrera fue publicado el artículo que se reproduce en esta oportunidad. El autor hace alertas sobre determinados aspectos que con mucha frecuencia se manifiestan en la vida cotidiana, como es el caso de “la concepción de una ciberseguridad basada esencialmente en la limitación de los protocolos y sistemas de cómputo y no tanto en protección de los usuarios”, lo que muestra una posición que históricamente se ha visto em el área de las TIC. En eso, la lectura del artículo puede ilustrarnos sobre males que se han entronizado en las maneras de hacer en el ámbito de las TIC: pensar que las máquinas pueden sustituir la actuación humana, cuando está demostrado que un alto porcentaje de los incidentes tienen causas en malas prácticas de los humanos. A continuación el artículo:
Los seres humanos lo somos porque algunos ancestros mutaron hacia esta especie que podía comunicarse mucho más eficientemente que otros homínidos. Probablemente en aquel momento, hace unos 300 000 años, nuestra especie eclosionó siendo capaz de emitir y “procesar” sonidos que codificaban mucho más que una señal de peligro o de amor. Hablando y oyendo se podía trasmitir también saberes. Hoy diríamos que existimos gracias a esto que sería la versión 0 de la revolución informática de los humanos.
Podría afirmarse que el siguiente paso fue el de la escritura, mucho después. Debió ocurrir hace solo unos 6 000 años. Entonces, aprendimos y usamos técnicas para que los saberes se pudieran preservar registrados en algún soporte durable y trasmitirse a otros congéneres, incluso a aquéllos que ni siquiera existían cuando se escribieron. Podría ser la revolución informática 1.0 de la historia humana.
Hace unos trece siglos se inventó en China la impresión sobre papel. Esto permitió que los saberes escritos se reprodujeran y llegaran a muchos congéneres. La llamaríamos como la revolución informática 2.0, que demoró siglos en extenderse a todo el mundo.
La utilización de la electricidad trajo hace siglo y medio otra gran transformación, pues con ella y las tecnologías de sus modulaciones se pudo registrar y trasmitir lo escrito, y hasta las imágenes. La revolución informática 3.0 habría eclosionado durante toda la primera mitad del siglo XX con una sucesión de invenciones que empezaron antes con el telégrafo eléctrico y se sellaron con la televisión.
Descubrimientos de unos años antes dieron lugar a lo que sería la revolución informática 4.0 a mediados del pasado siglo XX. Aprendimos entonces a reducir cualquier información a combinaciones de algo tan simple como como un “bit” o pareja de sí y no, o de 0 y 1. Así, todo saber se podía reducir y procesar como combinaciones de “dígitos” y se convertía entonces en digital. Las posibilidades se hacían enormes porque ya existía mucha tecnología electrónica que la podía procesar simplemente activando o no una carga eléctrica, o un polo magnético, o cualquier hecho por pequeño o grande que fuera siempre que se diferenciara de su ausencia.
Si ahora mismo tenemos o no una revolución informática 5.0 es cosa de ponernos de acuerdo. Lo cierto es que con las mismas bases de conocimiento de digitalización de la información se ha ido optimizando toda la tecnología. Los instrumentos para procesar saberes de forma digital en la revolución 4.0 se habían llamado computadoras y nacieron en salones muy grandes y con complejos dispositivos de sustento. Pero con mejores prestaciones se han ido reduciendo y llegando a habitar todos nuestros escenarios de vida. Hoy aparecen en forma de teléfono y pueden estar en un bolsillo.
Las potencialidades que hemos alcanzado en este camino no tienen límites. Hemos multiplicado muchas veces la esencia misma de una de nuestras razones de éxito como especie viva. Ya no hablamos tanto de “informatizar la sociedad”. De alguna forma lo estamos haciendo desde que el primer ser humano le dijo algo a otro y fue comprendido. Ahora pretendemos cambiar nuestras vidas, para bien, con la tecnología digital. De lo anterior se hace claro que al “digitalizarnos” no estamos haciendo otra cosa que seguir inexorablemente el camino que nos identificó. Tenemos que alcanzar una transformación digital de nuestra forma de vivir como individuos y en sociedad.
Esto no se logra solo con los deseos. La inversión en recursos materiales es necesaria, y se paga a sí misma muy rápidamente y con creces. Es preciso y más importante instruirnos lo antes posible para usar los medios que van apareciendo vertiginosamente en el mercado. Hasta la revolución 3.0, cuando solo la escritura nos servía para registrar saberes, bastaba una escuela al principio de nuestras vidas para aprender a leer y escribir. Con eso ya quedábamos capacitados para la informatización de la época. Eso ha cambiado mucho porque la generación que todavía vive y está activa pasó de ese estadio a operar con teléfonos inteligentes. Súbitamente tienen así en sus manos, con libre acceso, la inmensa mayoría de los saberes generados por el ser humano. Además, están disponibles en todo momento, 24/7 como se suele decir, y potencialmente en cualquier parte.
Ahora los límites están más en nuestra capacidad de usar la tecnología digital que en su disponibilidad. Lo vemos en nuestra vida diaria. Por ejemplo, hemos implantado la posibilidad de pagar en nuestras bodegas con un sencillo procedimiento desde nuestros teléfonos y sin embargo rara vez se usa. Y la razón de esta sinrazón está en que no se hizo completamente, con la debida retroalimentación y como sistema. Si un cliente decide pagar por esa vía le exigirán enseñar su carné de identidad, se anotarán sus datos a mano en un papel y hasta se le pedirá un complejo código digital de la transacción para los posteriores balances contables.
Otro caso interesante es cuando se paga algo con una tarjeta bancaria en una tienda, pues reglas obsoletas de control contable parece que obligan a los operarios de las cajas contadoras a proceder con muchas redundancias. Después de las lecturas electónicas, deben anotar a mano, y a veces hasta en un registro aparte, los datos de identidad y la firma del cliente. No vale para nada el código QR que aparece en la mayoría de nuestros carnés de identidad, que puede registrarse muy fácilmente hasta con un teléfono móvil.
Otra de las barreras está en la concepción de una ciberseguridad basada esencialmente en la limitación de los protocolos y sistemas de cómputo y no tanto en protección de los usuarios, y de alguna forma a costas de estos. Si una página web cubana es objeto de un ciberataque, cosa lamentablemente común en este mundo, la medida inmediata que se indica y realiza por las autoridades es su cierre. Se exige entonces al atacado que se defienda del atacante so pena de no permitírsele brindar de nuevo el servicio.
De hecho, estas medidas hacen que los especialistas en ciberseguridad que deberían defendernos de los atacantes se conviertan en sus cómplices pues los ayudan a lograr su fin último que es dañar o eliminar el servicio afectado. Existen muchos ejemplos de la legislación vigente que ayudan más a limitarnos en el uso de las tecnologías digitales que a defendernos de los mal intencionados. Los controles deben adecuarse a la tecnología y nunca obstaculizarla. Una medida de seguridad no puede ser más costosa que o limitar lo que protege.
La transformación digital de todos nosotros tiene que ser abarcadora. Puede y debe cambiar nuestras vidas al posicionarnos en este siglo. Nos hará más felices aumentando la producción material y espiritual y su disfrute en lo económico y cultural. Los cambios de mentalidad inherentes a esta transformación tienen que penetrarnos y ser enfrentados revolucionariamente, haciendo gala de las hermosas definiciones de Fidel que mucho repetimos y admiramos, pero muchas veces obviamos.
Tomado de Cubadebate: http://www.cubadebate.cu/opinion/2022/01/26/la-transformacion-digital-y-una-ciberseguridad-que-nos-proteja-y-ayude/